domingo, 19 de septiembre de 2010

Una modernidad ambigua

Siempre he tenido infinidad de dudas. Las respuestas del mundo contemporáneo parecen, siempre o casi siempre, ser bastante ambiguas. Nos venden la idea de identidad, de unicidad, en en mundo en el que ahora "todos somos iguales". Sabemos que todos los procesos tecnológicos nos han acercado. La evolución de las comunicaciones es innegable. Mi problema de comprensión proviene si hablamos de distancias identitarias y psicológicas. No sé a qué se deben mis pensamientos. Y creo que esto debería guardarlo para mí. Pero tal vez alguien puede ayudar a aclarar mi mente. Muy bien. Resulta que se nos ha vendido la idea de un mundo igualitario, equitativo. Y sin embargo, un mundo en el que "los grupos", "los indigenas", "los migrantes", de más, son discriminados. Un mundo en el que todos podemos ocupar un lugar, "ser alguien". Esto se parece cada vez más a la religión católica. Siempre viviendo en el futuro. En la esperanza. En la posibilidad de alcanzar el cielo. Mientras tanto, la vida se nos pasa de las manos. O más bien, nosotros pasamos por la vida. No buscamos prevalecer a pesar de nuestra ausencia. Ser extrañados, deseados o añorados por generaciones posteriores a la nuestra. O previas. Queremos siempre que nuestra presencia se note, pero no buscamos que nuestra ya "no existencia" se extrañe, que se sienta. Nos ocupamos de obtener las mejores marcas, eso sí, "a los mejores precios". No quisiera contarme en la contemporaneidad por la promiscuidad de nuestras mentes, por no decir mediocridad generalizada. Oops, creo que ya lo dije!

Hace unos ayeres, contaba yo a un amigo, digamos "de élite" que no querría casarme. Que no es la meta de mi vida, ni mucho menos mi deseo más grande. Él me contestó: Estás loca?! Pero eso es lo que todas las mujeres quieren. Que todas las mujeres "en su circulo de amigos" estudian "mientras se casan". Así lo entendí. Me preguntó si por lo menos quería tener hijos. Contesté que es una posibilidad muy fuerte, pero que me gustaría que la probabilidad fuese proporcional al cumplimiento de mis objetivos en la vida. No me gustaría, le dije tener un pequeño sin tener que ofrecerle más que una vida que se vive "al día". -Estás loca- insistió. -Nunca te entiendo.

De acuerdo. Ese es un vano ejemplo, uno de los miles de ejemplos que seguramente podríamos encontrar, no hablemos de economía, o política. Lo que he entendido es que permanecer cuerdo en estos días es una locura. La estupidez que rodea las superfluas mentes de nuestra generación lleva las de ganar en un mundo democrático, en el cual, el 50% + 1 gana. Y es precisamente la no identificación con la convencionalidad moderna, la que me ha ganado el adjetivo "loca". Ahora respondo que amo esa locura que me inmuniza ante la estupidez, idea misma que comparto con alguna amiga.

Un dato bastante curioso, pero tal vez bastante coherente que encontré es que: Entre mis amigos adinerados todos desean casarse y tener hijos, mientras que mis amigos de clases bajas hasta medias altas, por lo menos, lo dudan. Lo mismo podría decir de los letrados, quienes si no se niegan, por lo menos, esperan.


He disfrutado de plasmar una de las frustradas ideas que rodean mi mente, pero ahora estoy confundida. ¿O no?

1 comentario:

  1. Casarse: asunto serio. Más que por una cuestión – al menos para tu servidor- de poder adquisitivo y aspiraciones a un nivel de vida “estable”, por una mera incertidumbre en el desarrollo óptimo de una institución social como es la familia, hablando concretamente de la convivencia diaria con una persona.

    Aunado a eso, la inconsistencia de las relaciones actuales, egoístas y mezquinas, deja siempre un sinsabor que incita a la apatía hacia temas como el matrimonio.

    Sin embargo, el amor es una fuerza incontenible, no debe subestimarse su efecto y, en esos casos, cualquier previsión con respecto a los deseos propios corre el riesgo de quedar relegada a un simple proyecto fallido.

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