domingo, 19 de septiembre de 2010

Uno como quiera, pero las niñas no aguantan.

Un poco antes de las 12 de la noche, es decir, minutos antes. La llegada de un hombre moreno, de estatura baja, ojos casi verdes, vida casi muerta y sin un silencio inquebrantable, por necesidad más que por miedo, se acercó. Justo acababamos de llegar a la única estación de autobuses en la avenida principal de este pueblo. Mi amigo, un poco torpe y robusto estaba parado frente a mí. ¿Aquí hay mucha migración? - Preguntó una voz angustiosa. Perdón?- Repliqué. ¿Hay mucha migración? De la que se lleva a la gente, el pollero nos dejó tirados, añadió.Para entonces estaba ya sentado en una pequeña barda a nuestro lado. Las piernas abiertas y sus dedos entrecruzados, como diría mi abuela. Mirada cabizbaja y de repente alta, pues estaba sentado. Para mi amigo, bastante triste por su partida, este suceso pasó casi inadvertido. No para mí.

El hombre proseguía contando su historia. Es dificil ¿No? Estar fuera de casa. -Sí, bastante pensé. En otro país, dijo. Asentí. Más que escucharlo por sus palabras, lo hacía yo por su mirada. Pero no podía dejar de pensar en mi partiente amigo, para quien soy como una hermana. No paraba de llorar. -Le pedí comida a una señora, y no me quiso dar...Me dijo que ahí la comida se vendía, no se regalaba, seguía el hombre. Somos 19. Eramos 20. Yo soy de El Salvador, también hay otros de Guatemala, a una muchacha el tren le partió un pie...ahora somos 19 ¿Perdón?-Dije. -Veníamos por allá por -algún lugar en el sur de México- en Servicios bla bla bla Galgos, así se llaman los camiones. El pollero nos dijo que nos escondieramos hasta que pasara el tren. Luego ahi lo esperamos. Cuando pasó nos subimos. Pero una muchacha rodó y le cortó los pies. -Ahí déjenla, dijo el pollero. Ahí la dejamos, ahora somos 19. Hay una niña, es mi hija, tiene un año y seis meses. Pasamos por el río Suchiate. Ahí le dí de tomar agua, de la que pasa ahí, porque no hay de otra. No tengo dinero para comprarle su leche. Uno como quiera, pero las niñas no aguantan. Ahora estamos escondidos. Estamos aquí, como a dos, tres cuadras para allá arriba y luego pa' dentro. Ahí estamos los 19. Un señor me aconsejó que robara. Pero no, Dios aprieta, pero no ahorca. La niña pues, tiene un año y seis meses. Mi amigo seguía tristeando, me abrazó, lloró, no puso atención a lo que pasaba. Pero yo tenía los oidos para él y la mirada para el hombre 19.
Un señor me dijo que no le dijera a cualquiera, pero tengo que decirles pues, si no ¿Cómo? La niña tiene que comer. Somos 19. Yo salí a ver que puedo conseguir, tenemos miedo pues. Pero vamos a llegar, vamos para los Estados Unidos. En mi país ya son dólares. Antes teniamos colonias. Pero ahora puros dólares. Después de un rato mi amigo sacó unas monedas de su cartera y le hizo cuentas, podría comprar siete tacos para él, su mujer y su niña,él seguía inmerso en su tristeza. El hombre calló, se paró, nos dio la mano en agradecimiento, con la idea de buscar trabajos pequeños, como limpiar los jardines. Gracias, a ver que puedo hacer en el centro, dijo al partir. La escena me quitó el sueño. Aún conservo el olor a preocupación de la mirada de aquel hombre. Era angustiosa, con fé dentro de la desesperanza, de miedo. El camión de mi casi hermano había llegado. Tenía que irse. So lo hizo el hombre 19, a ver qué podía hacer en el centro.


Sin despedida

1 comentario:

  1. Hacía ya mucho tiempo que no veía entradas en tu blog y ve, ahora hasta tres de un tajo.


    Confieso que no estaba preparado, pero me pareció muy interesante el relato de esta entrada, sobre todo porque estamos en uno de los estados donde más se cometen abuso en contra de los migrantes, todo esto auspiciado por una red de corrupción liderada por quienes se supone deberían brindar seguridad.

    :)

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